
El Pato, Deporte Nacional, y la despedida de un grande como el belgranense Jorge González

“El pasado viernes 25 de julio, Jorge González, emblemático jugador de Pato y grandiosa persona, ha dejado este mundo para quedar inmortalizado en la historia moderna de nuestro Deporte Nacional.
Fundador, cultor, ídolo y representante del Campo de Pato Barrancas del Salado, ganó los Abiertos de Pato 1968, 1970, 1973, 1974 y 1976. Fue el primer 10 tantos del Pato y formó parte del inolvidable cuarteto de 40 goles del deporte.
Ganador del Olimpia de Plata en 1971, su legado deportivo trascenderán por siempre” informó en su página oficial la Federación Argentina de Pato.
Con la desaparición a los 85 años de Jorge González, el pato, nuestro deporte nacional, pierde a un referente de jerarquía.
“Fue el primer Olimpia de Pato y uno de los mejores de la historia”.
“Fue el primer 10 goles de nuestra historia, el que marcó un antes y un después en el deporte nacional. Supo llevar con orgullo la camiseta de Barrancas, dejando en cada cancha su entrega, su talento y su amor por el juego. Fue parte fundamental de los históricos 40 goles de Barrancas del Salado, hazaña que quedará grabada para siempre en la memoria de nuestro deporte. Cada uno de sus galopes y cada tanto convertido fueron inspiración para las generaciones que lo siguieron, dentro y fuera del campo”, señalaron desde el campo de pato Barrancas del Salado.
Cuando esta entidad de fundó hacia 1966, y según una nota del diario capitalino La Prensa que se hace eco del fallecimiento de González, Humberto Montero con Esteban Wehmeyer, decidieron completar el primer equipo y buscaban algún muchacho campero que se interesaba. Apareció entonces Jorge González, y en 1968 aparecían por primera vez en el Abierto de Palermo, transformándose junto a Juan Finochietto en la entidad que ganó la mayor cantidad de veces el campeonato en las décadas siguientes.
“Su pasión después de su familia, fueron los caballos” destacó la nota de La Prensa.

“Hombre de familia, en los últimos años se había repuesto de un tiempo de absoluta inmovilidad, lo que le permitió reanudar la vida social que tanto le agradaba en el club y en otros ambientes, hasta jugando al metegol; donde su trato amable y también su picardía en la conversación y en algunos gestos eran un sello inconfundible de su personalidad.
Jorge González dejó una huella, sin embargo siempre lo hizo en silencio, con ese silencio con el que partió rápidamente mientras jugaba con uno de sus nietos. Hoy estará gozando de esa “ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas ciudad de eternidad”, pero seguramente se estará escapando a los suburbios a contemplar esas nubes llenas de caballos, los caballos que tanto quiso, sus caballos, algunos de los cuáles le dieron también el prestigio que lo acompañó en el ambiente patero”.