Investigador y escritor chascomunense aporta datos históricos sobre los casi 600 rugbiers argentinos voluntarios en la Segunda Guerra Mundial
Noel William Cooper fue el medio-scrum del seleccionado argentino que el 16 de agosto de 1936 se enfrentó con el Combinado Británico que desde 1924 es conocido como “Lions”. El partido se desarrolló en la sección Maldonado de Gimnasia y Esgrima, con una asistencia récord para un encuentro internacional en el país: 15.000 personas. Los visitantes ganaron por 23-0. Cooper, que nació en Quilmes en la Nochebuena de 1914, jugó ese mismo año dos test-matches más, ambos ante Chile, en Valparaíso. En 1938 fue capitán de la primera de su club, entonces Buenos Aires Football Club, hoy Buenos Aires Cricket & Rugby Club (”Biei”). En 1940 se enroló como voluntario para la Segunda Guerra Mundial. La noche del 4 de marzo de 1943, ya siendo teniente de la Royal Navy, la armada británica desapareció en el mar mientras reconocía en kayak una playa cercana al puerto de Sciacca, en Sicilia. Literalmente, el agua se lo tragó cuando él aún no había cumplido 29 años.
Cooper fue uno de los casi 600 jugadores de rugby que formaron parte del contingente de alrededor de 4000 voluntarios que partieron de la Argentina para combatir contra el nazismo. En ese grupo de hombres y mujeres, en el cual también había representantes de otros deportes, como el atletismo y el remo, muchos ni siquiera eran descendientes directos de británicos. Los unían principios democráticos, pero también una cuestión de honor, de solidaridad con amigos o familiares que habían decidido ir a luchar. Cooper se embarcó en el Highland Patriot, que arribó al puerto de Liverpool en julio de 1940. Allí se unió a la Royal Navy.
Aquella gira de los Lions de 1936 tuvo a otros cuatro jugadores que luego cayeron en combate. Alex Obolensky, conocido como “El Príncipe Volador”, príncipe ruso exiliado en Oxford, crack de la época y autor de dos tries excepcionales a los All Blacks, murió piloteando un avión en Norfolk en 1940; Paul Cooke falleció ese mismo año en Dunkerque; Peter Jobbs, en Libia en 1942, y John Moll, que era capitán del ejército, también en 1942, en un accidente.
Reginald Cooper, el padre de Noel William, también jugó por el seleccionado argentino como medio-scrum ante el Combinado Británico. Lo hizo en la serie de 1927, también en GEBA, con triunfos de los visitantes por 34-3 y 43-0. Noel William estudió en el colegio San Jorge, de Quilmes, y en 1930 cursó en la King’s School Canterbury, de Inglaterra. Su vuelta a la Argentina transcurría entre su trabajo y el rugby, hasta que él decidió enrolarse.
Ya en la guerra, Cooper participó en decenas de acciones de altísimo riesgo con un coraje que José Maffeo desmenuza con precisión en su libro Proa a la victoria, en el que detalla las vidas de los voluntarios argentinos que prestaron servicio en la marina británica durante la Segunda Guerra Mundial. “Por ejemplo, por su desempeño en la Operación Torch, London Gazette destacó a Cooper por su valor y habilidad en las riesgosas operaciones de desembarco en el norte de África”, cuenta Maffeo, abogado de 44 años de Chascomús, que gracias a un libro que encontró en una librería inició una investigación de años, en la que contó con el impulso de Claudio Meunier, investigador de los voluntarios en combate, pero en la Fuerza Aérea. En su último libro, Volaron para vivir, éste rescata las historias de varios rugbiers argentinos.
En abril pasado, el diario La Vanguardia retrató la vida de Michel Reynard, estrella del rugby en Cataluña, soldado en la Primera Guerra Mundial y héroe en la Segunda al resistir las torturas a las que lo sometió el nazismo. Republicano, ingeniero, atleta, defensor acérrimo del amateurismo, Reynard es recordado mediante una calle que lleva su nombre en Barcelona. En la Argentina, la historia de los voluntarios en la Segunda Guerra Mundial está poco difundida. No existen, salvo en algunos clubes, registros de memoria de aquellos rugbiers. Hay, sin dudas, un homenaje que está esperando.
Por Jorge Búsico, para La Nación